fábrica, un lugar físico donde se transforman materias primas en productos terminados, y que sigue siendo el corazón de la economía industrial. También conocida como planta de producción, la fábrica no es solo un edificio con máquinas: es empleo, logística, tecnología y a veces, conflicto social. En Chile y toda Latinoamérica, las fábricas han cambiado. Ya no son solo las grandes plantas de acero o textiles de los 80. Hoy hay fábricas con inteligencia artificial que detectan fallas antes de que ocurran, como las cámaras instaladas en el Sky Costanera para prevenir incendios, o líneas de producción que se conectan directamente con centros de logística. La fábrica ya no solo fabrica cosas: fabrica datos, eficiencia y, en muchos casos, tensiones.
Detrás de cada fábrica hay industria, el conjunto de actividades económicas que transforman recursos en bienes, y producción, el proceso concreto de crear algo útil. En Chile, eso se ve en empresas como Aguas Andinas, que renueva redes en Macul y Recoleta —una fábrica de servicios, no de productos físicos, pero igual de crítica. O en Latam Airlines, donde la venta de acciones por parte de Sixth Street Partners afecta directamente la capacidad de mantener flotas y talleres operativos. La producción no se detiene, pero sí se reorganiza, se vende, se traslada. Y cuando una fábrica cierra, no es solo una pérdida de maquinaria: es una comunidad que pierde su sustento.
La relación entre fábrica y empresa, la organización que gestiona recursos para generar valor es clave. No es lo mismo una fábrica que pertenece a un grupo local que una que es parte de una multinacional. En los últimos años, hemos visto cómo decisiones financieras tomadas en Wall Street —como la venta del 8% de Latam— impactan directamente en empleados en Santiago, Valparaíso o Concepción. Las fábricas hoy son nodos en redes globales. Y cuando hay una denuncia por delito informático contra la directora de Sernameg Bío Bío, o cuando el Metro de Santiago extiende horarios por un concierto de Kendrick Lamar, eso también tiene raíces en cómo se gestionan los recursos, la logística y la infraestructura urbana que sostiene la producción.
Lo que encontrarás aquí no son solo titulares sobre cierres o inauguraciones. Son historias reales: de trabajadores que mantienen líneas de producción, de tecnologías que redefinen lo que significa fabricar, de comunidades que luchan por no perder sus empleos, y de empresas que deciden si invertir o salir. Desde el desalojo de la toma Dignidad en La Florida —donde la falta de vivienda y la falta de fábricas que generen empleo local se entrelazan— hasta el uso de IA en la protección de bosques, todo está conectado. La fábrica ya no está solo en los suburbios. Está en los datos, en las decisiones, en las calles donde se mueve la gente que la hace funcionar.