Un nombre original, la identidad primera que una persona recibe al nacer, antes de cualquier cambio, adaptación o profesionalización. Es más que una etiqueta: es una conexión con la familia, la tierra y la historia personal. En muchos casos, cambiarlo no es solo una decisión práctica, sino un acto de supervivencia, adaptación o incluso pérdida. En el deporte, por ejemplo, muchos jugadores latinoamericanos adoptan apodos o nombres más fáciles para el mercado internacional, pero luego regresan a su nombre original, la forma en que su madre los llamó, la que aparece en su cédula, la que llevan en el corazón. Gleyfer Medina, que jugó en River Plate antes de llegar a Atlético Bucaramanga, no nació con ese nombre artístico: lo eligió, pero su raíz sigue viva en su gente. Lo mismo pasa con Arthur Rinderknech y Valentin Vacherot, primos que compiten en el Shanghai Masters: sus apellidos franceses no los hacen menos chilenos, peruanos o venezolanos —su nombre original los define antes que su ranking.
El nombre original, la identidad no comercializada, la que no se vende en redes también es un símbolo de resistencia. En Chile, cuando una mujer como María Corina Machado recibe el Nobel de la Paz, no se la llama por su nombre de registro, sino por el que la historia reconoce: el que usó desde que se levantó a luchar. En el caso de Ivana Baquero, que volvió al cine español con 'La viuda negra', su nombre no cambió, pero su papel sí: ella eligió no ocultar quién es, aunque el personaje fuera un monstruo. En el Metro de Santiago, los poetas que cantan a lo poeta no cambian sus nombres para que el público los entienda mejor: cantan con el que les dieron sus abuelos. Y en la toma Dignidad de La Florida, las 193 familias que enfrentan el desalojo no pierden su nombre original, aunque el Estado intente borrar su existencia con papeles burocráticos. El nombre original, la marca de pertenencia, la huella de raíz es lo que queda cuando todo lo demás se desvanece.
En esta colección de noticias, verás cómo el nombre original aparece en los lugares más inesperados: en una tarjeta verde de fútbol juvenil que premia la deportividad, en una transferencia de fondos de pensiones donde la gente busca recuperar lo que le pertenece, en una pelea de reality show donde una mujer es atacada por su nombre real, y en un concierto de rock donde Javier Milei usa su apellido de nacimiento para recordarle a todos de dónde viene. No es casualidad. Estas historias no hablan de modas ni de marketing. Hablan de identidad. Y si algo une a todos los que aparecen aquí, es que, por más que el mundo intente cambiarlos, ellos siguen siendo lo que siempre fueron: Gleyfer, Ivana, María Corina, Arthur, Valentin, y tantos otros que no se han rendido a los apodos, los apellidos hispanizados o las etiquetas que otros les pusieron. Aquí no hay inventos. Solo nombres que resisten.