Muere Graham Greene, referente indígena del cine, a los 73 años

El actor canadiense Graham Greene, figura clave para la presencia de los pueblos indígenas en Hollywood, murió el 1 de septiembre de 2025 en Stratford, Ontario, tras una larga enfermedad. Tenía 73 años. Su agente, Gerry Jordan, lo despidió como “un actor legendario y premiado”, y el representante Michael Greene lo definió como “un gran hombre de moral, ética y carácter que será eternamente extrañado”.

Nacido el 22 de junio de 1952 en la reserva de Six Nations, en Ontario, Greene era Oneida y convirtió su trayectoria en una puerta de entrada para generaciones de intérpretes indígenas. Su papel más célebre fue Kicking Bird (Ziŋtká Nagwáka) en ‘Bailando con lobos’ (1990), de Kevin Costner. Aquel personaje, escrito y hablado con respeto por la cultura lakota, le dio una nominación al Oscar a mejor actor de reparto y cambió el tono con el que Hollywood miraba —y escuchaba— a los pueblos originarios.

La nominación llegó en la gala de 1991, la misma edición en la que Joe Pesci se llevó el premio por ‘Uno de los nuestros’. No importó el resultado: la presencia de Greene en aquella categoría fue un hito. Con él, por primera vez un actor de las Primeras Naciones ocupaba ese foco en la industria estadounidense, y lo hacía con una interpretación cargada de humanidad, matices y humor lejos del cliché del “indio estoico”.

Antes de los focos, su camino fue técnico y duro. Empezó como sonidista, oficio que le dio tablas y oído para entender el ritmo de una escena. En los 70 se subió a los escenarios del Reino Unido y Canadá, fogueándose en compañías que valoraban su presencia sobria y su precisión. Llegó a la televisión en 1979 y al cine en 1983 con ‘Running Brave’. Desde ahí, no paró.

Su filmografía suma títulos que marcaron a varias generaciones: ‘Maverick’ (1994), de Richard Donner, donde se movió con soltura en la comedia y el western; ‘Jungla de cristal: La venganza’ (1995), junto a Bruce Willis y Samuel L. Jackson, que lo mostró cómodo en la acción; ‘La milla verde’ (1999), de Frank Darabont, en la que aportó calidez en un drama carcelario intenso; la saga ‘Crepúsculo’, que lo acercó a un público adolescente global; y ‘Wind River’ (2017), de Taylor Sheridan, un thriller sobrio que no rehúye la violencia estructural contra las comunidades nativas. También dejó huella en cintas como ‘Thunderheart’ y la aplaudida ‘Smoke Signals’.

En televisión, su rostro se volvió familiar para el gran público. En ‘Longmire’ interpretó a Malachi, un papel que le permitió explorar zonas grises de poder y corrupción en la frontera entre la ley estatal y la tribal. En el mundo interactivo, su voz fue el puente entre generaciones: fue el jefe Rains Fall en ‘Red Dead Redemption 2’, un personaje escrito con dignidad y ternura que llegó a millones de jugadores y reavivó el respeto por su trabajo.

Greene no fue solo un intérprete eficiente; fue un mediador cultural. Durante años, discutió guiones y diálogos para evitar caricaturas. Lo explicó sin rodeos en 2024: “Cuando empecé en el negocio, era muy raro que te dieran un guion donde tenías que hablar como creían que hablaban los nativos... Tienes que verte estoico. No sonrías. Tienes que gruñir mucho. Yo no conozco a nadie que se comporte así. Los nativos tienen un sentido del humor increíble”. Esa pelea, sostenida con paciencia y humor, es parte de su legado.

Los reconocimientos acompañaron su carrera. A su nominación al Oscar se sumaron premios Gemini y Canadian Screen por su trabajo en televisión y cine canadiense, y el Dora Mavor Moore por su labor teatral en Toronto. El sector de la música también lo celebró con un Grammy, y su país lo inscribió para siempre en el paseo de la fama de Canadá. En 2025 recibió el Governor General’s Performing Arts Award, uno de los grandes honores culturales del país.

Más allá de los trofeos, su influencia se mide en oportunidades abiertas. Tras ‘Bailando con lobos’, el estándar cambió: ya no valía el extra silencioso y exótico. Las producciones incorporaron asesores culturales, se rodaron lenguas nativas en serio y se escribieron personajes con arco y contradicciones. El paso de Greene se siente en la naturalidad con la que hoy se aceptan protagonistas indígenas complejos y en el espacio ganado por guionistas y directores nativos en proyectos de estudio y plataformas.

Su forma de actuar ayudó en esa transición. Greene habitaba la pausa sin rigidez. Usaba el humor seco para desarmar prejuicios y hacía que la cámara llegara antes a los ojos que al vestuario. Ese estilo sirvió para sacar a sus personajes del museo de las “tribus” y llevarlos al presente, con problemas contemporáneos: desde la burocracia policial hasta las heridas familiares, desde la defensa del territorio hasta el duelo por la violencia.

La historia personal de Greene también habla de resistencia. Criado entre el arraigo de Six Nations y el trabajo itinerante, supo mantener lazos con su comunidad mientras trabajaba en grandes rodajes. Participó en festivales canadienses, impulsó el teatro local y, cuando pudo, devolvió visibilidad a colegas que empezaban. En entrevistas, insistía en que el sentido del humor y el oficio diario eran sus mejores herramientas para no convertirse en estampa.

Su paso por ‘Wind River’ volvió a poner foco en una tragedia que sigue abierta: las mujeres y niñas indígenas asesinadas o desaparecidas. Greene entendía que una película no arregla un problema histórico, pero sí puede mover conversaciones y, a veces, presupuestos. Ese pragmatismo —menos consigna y más trabajo bien hecho— lo convirtió en un compañero respetado en rodajes de ambos lados de la frontera.

El eco de su carrera ya se percibía en la última década. Jóvenes actores y actrices indígenas lo señalaban como referencia profesional, no tanto por su fama sino por su ética. Su consejo era simple: lee todo, pregunta mucho, y no aceptes que tu identidad sea un accesorio. Es la clase de consejo que hoy se escucha en escuelas de cine y en salas de casting donde, gracias a su ejemplo, la pregunta ya no es “¿puede este personaje ser indígena?” sino “¿cómo contamos esta historia con verdad?”

La noticia de su muerte deja un hueco en el cine y la televisión, pero su filmografía queda como mapa de ruta. Ahí están la amplitud de géneros, la disciplina del oficio y la coherencia con la que sostuvo mejores relatos para los suyos y para todos. De Kicking Bird a Rains Fall, de la comedia al thriller, de la escena íntima a la superproducción, Greene probó que la representación no es una etiqueta: es una forma de trabajar, mirar y escuchar.

Un legado que ya es canon

Un legado que ya es canon

Para Canadá, Greene es patrimonio cultural. Para Hollywood, un recordatorio de que la diversidad rinde artística y comercialmente cuando se hace con rigor. Y para las comunidades indígenas, una prueba de que el protagonismo no llega por concesión, sino por talento sostenido en el tiempo. En ese cruce, su carrera se volvió canon: abre caminos, fija estándares y deja una vara más alta para quien venga después.

En Stratford, lugar de sus últimos días, el adiós fue discreto, como su estilo. Quienes trabajaron con él lo describen con la misma palabra: respeto. Es la cualidad que imprimió a sus personajes y a sus decisiones. La pantalla guardará su voz y su mirada. El resto, lo seguirán contando las nuevas generaciones que hoy encuentran puertas abiertas donde él, durante años, tuvo que empujar.