Un banquillo con overbooking: decisiones y señales
Julián Calero afronta su primer examen incómodo de la temporada: elegir a quién se queda fuera por pura decisión técnica. Para la quinta jornada, el entrenador del Levante tiene a todos sanos y listos, un lujo que a la vez le complica la vida. La recuperación del uruguayo Alan Matturro, lesionado desde la pretemporada por un problema muscular, completa un grupo de 24 futbolistas del primer equipo, además del tercer guardameta Álex Primo, con ficha del filial pero presencia habitual en el día a día del vestuario.
La foto es clara: hay más jugadores que plazas. La normativa permite una expedición de 23 en Primera, y el club confirmó que viajarán todos en el vuelo del viernes por la tarde rumbo a Girona. El filtro definitivo, la lista de convocatoria, llegará después del último entrenamiento. Si no hay sustos, lo lógico es que Primo y el propio Matturro esperen su turno. En el caso del central, el cuerpo técnico quiere integrarlo con calma, dosificar sensaciones y evitar prisas en su vuelta a la dinámica competitiva.
¿Por qué importa tanto este primer descarte? Porque envía un mensaje. Con la campaña apenas arrancando, la competencia interna ya aprieta: quien se cae de la lista entiende que, hoy, está un paso por detrás. No es un castigo, pero sí una señal para el grupo. Calero, que predica meritocracia, sabe que la gestión de roles en septiembre condiciona el vestuario en octubre.
La otra cara de este “overbooking” está en el plan de partido. Ante Betis, el Levante cambió registros en plena marcha para cerrar una fuga defensiva que le viene pesando. Calero probó ajustes de sistema, activó ayudas más agresivas por fuera y buscó coberturas más cortas con el mediocentro. Tener a todos disponibles abre el abanico: línea de cuatro con laterales algo más bajos y un pivote más posicional, o escenarios puntuales con tres centrales si el partido lo pide. Con Matturro en el horizonte, esa alternativa gana sentido, aunque quizá no desde ya.
El viaje con “lista larga” también tiene otra lectura: cohesiona. Llevar a los 25 (24 del primer equipo más Primo) a Montilivi, aunque dos se queden sin banquillo, refuerza la idea de grupo. Todos en el avión, todos en la charla, todos en la activación previa. La diferencia es que, a la hora de vestirse, sólo 23 tendrán dorsal. Duro, pero es la élite.
La toma de decisiones no se limita al fondo del banquillo. La portería, la pareja de centrales y la sala de máquinas son las líneas bajo observación. Si el equipo ha encajado nueve goles en cuatro partidos, el eje y las vigilancias tras pérdida pasan a ser prioridad uno. No se trata sólo de nombres: se trata de cómo, cuándo y dónde presionar, y de qué riesgo asumir con balón para no quedar expuesto a la espalda.
Que Matturro esté cerca de reaparecer ayuda, aunque el impacto será progresivo. El joven uruguayo ofrece centímetros, agresividad en duelos y juego aéreo, virtudes que el equipo necesita en su propia área y también en la rival. La incógnita es el timing. Después de semanas fuera, lo habitual es darle minutos primero en un contexto controlado, quizá cuando el equipo no esté corriendo hacia atrás cada dos jugadas.
El contexto deportivo y las claves en Montilivi
Ni Levante ni Girona han ganado todavía. Suena pronto para hablar de urgencias, pero el tono de ambos entrenadores lo deja claro. Calero lo dijo sin rodeos: si en la jornada cinco ya se vive como si fueran “finales”, algo no marcha bien. En el otro banquillo, Míchel Sánchez ha pedido tiempo y unidad, consciente de que su equipo sólo ha rescatado un punto de doce y la confianza tiembla con cada detalle en contra.
La última referencia histórica entre ambos en Montilivi pesa en el ambiente. En mayo de 2019, un 1-2 inclinó el marcador del lado granota y dejó a Girona mirando hacia Segunda. Nada de revancha escrita, pero el recuerdo está ahí: Montilivi es un estadio que recuerda, y aprieta cuando percibe fragilidad en el rival.
La fotografía competitiva del Levante es dual. En ataque, el equipo encuentra tramos de llegadas limpias y capacidad para hacer daño; ante Betis, incluso, se fue 0-2 arriba. El problema es la otra mitad del mapa: proteger ventajas. Los nueve goles encajados en cuatro jornadas no explican todo, pero sí señalan patrones. Transiciones mal defendidas, centros laterales permitidos con facilidad y segundas jugadas sin dueño. Por eso el trabajo de la semana apuntó a ser más corto entre líneas y a sostener mejor la frontal con el mediocentro.
De cara a la puesta en escena en Montilivi, hay varios focos. El primero, la salida de balón. Míchel suele morder alto en casa, con extremos cerrando hacia dentro y laterales valientes. Perderla en primer pase, con el equipo abierto, es regalar una ocasión. El segundo, el carril izquierdo del Levante, donde los rivales han encontrado espacio para cargar centros. Y el tercero, el balón parado: en un partido tenso, una falta lateral o un córner deciden. Afinar marcas mixtas y bloquear el primer palo no es accesorio, es decisivo.
Girona llega con ausencias que condicionan su plan. La baja de su capitán de la zaga, David López, reduce jerarquía en el área propia; la de Juan Carlos, experiencia bajo palos si no llega a tiempo; y la de Viktor Tsygankov, desequilibrio y gol por fuera. Sin piezas clave, Míchel suele responder con pizarra: perfila interiores que aparezcan entre líneas, atrae por dentro para soltar por fuera y busca el pase atrás al punto de penalti. Sabe producir ocasiones, aunque la traducción en puntos no está saliendo.
En lo anímico, las sensaciones importan. El Levante dejó ir un 0-2 en Sevilla y eso duele, pero también señala que el equipo sabe generar ventaja contra rivales de peso. Si logra que el partido sea más previsible —menos ida y vuelta, más control de ritmos—, sufre menos. Si el guion se rompe y la noche va de intercambio de golpes, el margen de error vuelve a ser mínimo.
Calero ha ido dejando pistas de su idea matríz: estructura clara, agresividad medida y ayudas automáticas en banda. La duda es si apuesta por la continuidad del bloque o si introduce un par de retoques pensando en Girona. Hay candidatos a minutos que llaman a la puerta desde hace semanas y, con todo el plantel disponible, el técnico puede mover piezas para enviar mensajes y corregir inercias.
Más allá del once, la gestión de los cambios será otro partido dentro del partido. Con cinco sustituciones, el banquillo decide resultados. En una plantilla amplia, cada ventana de cambios tiene un peso doble: oxígeno físico y estímulo mental. Meter piernas frescas en los minutos 60-70 puede ser la diferencia entre sostener una ventaja o verla escapar, otra vez.
El guion del viaje también cuenta. Levante vuela el viernes por la tarde, entrena a puerta cerrada y afina detalles como estrategia y reinicios. El club quiere evitar cualquier distracción. La sensación interna es que el equipo necesita una victoria que le cambie el gesto y le permita instalarse en rutinas más serenas. Ganar no resolverá todo, pero apaga ruido y permite construir.
Enfrente, Montilivi. Un estadio que se ha acostumbrado a empujar fuerte desde el primer minuto. Con un punto en cuatro partidos, el público pide señales de vida y las pide ya. Si Girona se adelanta, el duelo se hace cuesta arriba para cualquiera; si Levante golpea primero, la ansiedad local puede abrir huecos. La primera media hora vale oro.
Hay también un pequeño subtexto personal para los banquillos. Calero no ha logrado ganar a Girona en sus dos cruces anteriores (un empate y una derrota). No es una estadística que marque el partido, pero acompaña el relato. Míchel, por su parte, ha vivido semanas parecidas y sabe que, cuando no salen los puntos, el equipo necesita un plan sencillo y reconocible. Menos adornos, más certezas.
La elección de los descartes, aunque parezca un detalle, condensa el momento del Levante. Un equipo amplio, con recursos, que necesita ordenarse atrás sin perder lo que sí está funcionando arriba. La vuelta de Matturro ofrece futuro, no necesariamente presente inmediato. Álex Primo, tercer portero, seguirá sumando dinámica de grupo y preparación, una inversión a medio plazo que los clubes cuidan cada vez más.
Claves tácticas, ambiente, detalles. Todo apunta a un partido donde el que se equivoque menos se lo lleva. Para el Levante, es una oportunidad doble: romper la racha de goles encajados y estrenar casillero de victorias. Para Girona, es un punto de inflexión: transformar posesión en puntos y cortar la hemorragia de dudas.
Lo que pase en Montilivi no definirá la temporada, pero sí el tono de las próximas semanas. Con calendario exigente a la vuelta de la esquina, salir con tres puntos vale más que oxígeno. En jornadas así, los entrenadores suelen pedir dos cosas: orden y colmillo. Si el Levante encuentra ambas, el vuelo de regreso puede ser mucho más ligero.
- Duelos por fuera: cerrar centros y evitar uno contra uno prolongado.
- Segundas jugadas: ganar la frontal y el rebote tras despeje.
- Salida limpia: minimizar pérdidas en primer y segundo pase.
- Transiciones: cortar con falta táctica a tiempo, sin exponerse a amarillas tempranas.
- Balón parado: ajustes en marcas y atención a bloqueos.
- Gestión emocional: sostener el plan tras el primer golpe, a favor o en contra.
La decisión de Calero llegará a última hora, cuando firme la lista. Para dos futbolistas, será un jarro de agua fría. Para el resto, un recordatorio de que no hay red: aquí se juega por el sitio cada semana. En Montilivi, además, se juega por algo más que tres puntos: un poco de calma.