Las protestas 2025, movilizaciones masivas en Chile que reivindican derechos sociales, vivienda y justicia institucional no fueron solo una respuesta a una medida específica, sino la culminación de años de frustración acumulada. En octubre de 2025, calles de Santiago, Valparaíso y La Florida se llenaron de gente que ya no quería esperar más. El desalojo de la toma Dignidad en La Florida, donde 193 familias vivían en riesgo de aluvión, fue el detonante. Pero no fue el único. La gente salió porque los subsidios prometidos nunca llegaron, porque las cámaras de IA para prevenir incendios en el Sky Costanera no cambiaron la realidad de quienes viven en los bordes, y porque la policía sigue siendo vista como una fuerza de control, no de protección.
Estas protestas no surgieron en el vacío. Están conectadas con otros eventos clave de ese año: el desalojo de tomas urbanas, acciones de fuerza pública que desplazan a familias en asentamientos informales, la gestión de desastres, la incapacidad del Estado para anticipar y responder a emergencias como terremotos o incendios, y la creciente desconfianza en las instituciones. Mientras Senapred hacía megasimulacros en Valparaíso, en La Florida nadie tenía plan de evacuación real. Mientras Aguas Andinas cortaba el agua en Recoleta y Macul por mantenimiento, en otras zonas el agua no llegaba por falta de inversión. El mensaje era claro: no se trata solo de una protesta, se trata de un sistema que falla en lo básico.
Lo que hizo distintas a las protestas de 2025 fue su diversidad. No solo eran estudiantes o sindicatos. Eran madres con niños, jubilados que perdieron su pensión, jóvenes que no encuentran trabajo, y vecinos que ya no creen en los políticos. La violencia en algunos puntos no fue el objetivo, sino el resultado de la falta de diálogo. Las redes sociales, los testimonios en vivo y la cobertura local —como la de DaleAlbo.cl o el Metro de Santiago ampliando horarios para que la gente pudiera moverse— se convirtieron en herramientas de organización, no solo de difusión.
Lo que viene ahora no es un retorno a la calma, sino una reconfiguración. Las demandas no desaparecieron. Se volvieron más concretas: que se entreguen los subsidios, que se respete el derecho a la vivienda, que las autoridades no actúen con impunidad. Y mientras algunos buscan silenciar las voces con desalojos, otros construyen alternativas: desde el Canto a lo Poeta en el Metro hasta las cámaras de IA que protegen zonas urbanas. El cambio no viene de arriba. Viene de abajo. Y en 2025, Chile lo vio claro.
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